Molt interessant convocatòria! PREMIS ART FAD 2013
Què esperem de les arts aplicades al segle XXI? Aquest bloc,fruit de la matèria acadèmica Laboratori de Creació d'Arts Aplicades del Grau Universitari de l'Escola Massana / UAB, intentarà mantenir obert el debat sobre aquesta pregunta inicial.
domingo, 10 de marzo de 2013
LA MANO QUE PIENSA (jap)
Un libro sugerente, imprescindible, básico sobre las ideas que queremos desarrollar.
La mano que piensa analiza la esencia de la mano y su papel crucial en la evolución de las destrezas, la inteligencia y las capacidades conceptuales del hombre. La mano no es solo un ejecutor fiel y pasivo de las intenciones del cerebro, sino que tiene intencionalidad y habilidades propias. Su autor, Juhani Pallasmaa, hace hincapié en los procesos relativamente autónomos e inconscientes del pensamiento y el obrar en la escritura, la artesanía o en la producción de arte y arquitectura.
Organizado en ocho capítulos, este estudio explora el entendimiento silencioso que yace oculto en la parte existencial de la condición humana y sus modos de ser y experimentar específicos. En último término, su objetivo es ayudar a sacudir los cimientos del paradigma de conocimiento conceptual, intelectual y verbal, hegemónico en la esfera de la arquitectura, en aras de otro conocimiento: el tácito y no conceptual de nuestros procesos corporales.
Juhani Pallasmaa (Hämeenlinna, Finlandia, 1936) es arquitecto y trabaja en Helsinki. Fue profesor de arquitectura en la Universidad de Tecnología de Helsinki, director del Museo de Arquitectura de Finlandia y profesor invitado en diversas escuelas de arquitectura de todo el mundo. Autor de numerosos artículos sobre filosofía, psicología y teoría de la arquitectura y del arte, su obra Los ojos de la piel. La arquitectura y los sentidos (Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2006) se ha convertido en un clásico de la teoría de la arquitectura y es de lectura obligatoria en diferentes escuelas de arquitectura de todo el mundo. Pallasmaa es también autor de The Architecture of Image: Existential Space in Cinema (2001), Encounters. Architectural Essays (2005) y Una arquitectura de la humildad (2010).
Extracto de la introducción
Existencia corporal y pensamiento sensorial
“En resumen, lo que propongo es que la psicología del ser humano maduro consiste en un proceso en desarrollo, emergente, oscilante y en espiral marcado por una subordinación progresiva de sistemas de comportamiento más antiguos y de menor rango hacia sistemas más nuevos de un rango superior a medida que cambian los problemas existenciales del hombre”.
Clare W. Graves
La cultura consumista occidental continúa proyectando una doble actitud respecto al cuerpo humano. Por un lado existe un culto al cuerpo obsesivamente estetizado y erotizado, pero, por el otro, se celebran de la misma manera la inteligencia y la capacidad creativa como algo completamente separado, e incluso como cualidades individuales exclusivas. En ambos casos, cuerpo y mente se entienden como entidades no relacionadas que no constituyen una unidad integrada. Esta separación se ve reflejada en la estricta división de las actividades y del trabajo humanos en categorías físicas e intelectuales. Se considera el cuerpo como un medio de identidad y presentación del yo, al tiempo que un instrumento de atractivo social y sexual. Sin embargo, su importancia se entiende simplemente en su esencia física y psicológica, pero se infravalora y desatiende su papel como la base misma de la existencia y del conocimiento corporales, así como de la comprensión total de la condición humana.
Por supuesto, esta división entre cuerpo y mente tiene unos cimientos sólidos en la historia del pensamiento occidental. Lamentablemente, las pedagogías y las prácticas educativas imperantes también siguen separando las capacidades mentales, intelectuales y emocionales de los sentidos y de las dimensiones múltiples de las manifestaciones de los humanos. Normalmente las prácticas educativas proporcionan algún grado de formación física para el cuerpo, pero no reconocen nuestra esencia fundamentalmente corpórea y holística. Por ejemplo, se aborda el cuerpo en los deportes y la danza, y se admite que los sentidos están en directa conexión con la educación artística y musical, pero nuestra existencia corporal rara vez se identifica como la base misma de nuestra interacción e integración con el mundo, o de nuestra conciencia y entendimiento de nosotros mismos. El entrenamiento de la mano se facilita en cursos donde se enseñan las habilidades elementales en la artesanía, pero no se reconoce el papel integral de la mano en la evolución y en las diferentes manifestaciones de la inteligencia humana. Para decirlo de una manera sencilla, los principios educativos imperantes no captan la esencia indeterminada, dinámica e integrada de un modo sensual de la existencia, del pensamiento y de la acción del hombre.
De hecho, resulta razonable suponer que anteriormente a nuestra actual cultura industrial, mecanizada, materialista y consumista, las situaciones de la vida cotidiana y los procesos de maduración y educación proporcionaban una base de experiencias más global para el crecimiento y el aprendizaje humanos por su interacción directa con el mundo natural y sus complejas causalidades. En modos de vida anteriores, el contacto íntimo con el trabajo, la producción, los materiales, el clima y los fenómenos siempre cambiantes de la naturaleza proporcionaban una abundante interacción sensorial con el mundo de las causalidades físicas. Sugeriría también que los lazos familiares y sociales más cercanos, así como la presencia de animales domésticos, proporcionaban más experiencias para el desarrollo de un sentido de la empatía y la compasión que el que se ofrece en la vida individualista y molecular de hoy en día.
Yo pasé mis primeros años de infancia en la pequeña granja de mi abuelo, en Finlandia central, y con la edad cada vez soy más consciente de cuán en deuda estoy con la riqueza de aquella vida en la granja a finales de la década de 1930 y en la década de 1940 a la hora de proporcionarme una comprensión de mi propia existencia corporal y de las interdependencias esenciales entre los aspectos mentales y físicos de la vida cotidiana. Ahora creo que incluso el sentido de la belleza y del juicio ético de cada uno de nosotros están firmemente basados en las primeras experiencias de la naturaleza integrada del mundo de la vida humana. La belleza no es una cualidad estética independiente; la experiencia de la belleza surge de captar las causalidades e interdependencias incuestionables de la vida. [...]
JUNTOS (jap)
Richard Sennett, el ‘cooperante’
El sociólogo norteamericano denuncia en ‘Juntos’ el escaso espíritu colaborador con los distintos a uno que muestra la sociedad capitalista neoliberal
Es doloroso, pero en el fondo es evidente que sólo puede ser así:
somos “trabajadores volátiles” inmersos en formas de trabajo temporales
con multitud de proyectos a la vez, externalizaciones y competitividad
extrema, ya saben. El resultado es una alienación que provoca la pérdida
de sentido de pertenencia a una empresa o lugar; en ese contexto, que
no espere nadie que la gente coopere unos con otros, impera el sálvese
quien pueda, especialmente si los otros son diferentes a nosotros. Y eso
explica el auge de las relaciones sociales superficiales, el escaso
compromiso con y de las instituciones y la cada vez mayor distancia
entre personas… Esa es la tesis, liofilizada, que sustenta el sociólogo Richard Sennett en su último ensayo, Juntos
(Anagrama), donde defiende precisamente el ritual, el placer y la
política de la cooperación, algo que analizó ayer en Barcelona en el
marco de las Converses a la Pedrera de la Fundació Catalunya-La Pedrera.
Aunque ladee afablemente la cabeza y hable con voz pausada y suave, lo que dice este sociólogo norteamericano (Chicago, 1943), autor de algunas de las radiografías más penetrantes de los últimos años (El declive del hombre público, La corrosión del carácter…), son torpedos. “Hablo de la cooperación que nos empuja a colaborar con otros que piensan diferente, no de la que tiene como objetivo la solidaridad, y esa destreza es un arte”, subraya. Sin embargo, esas destrezas sociales no son exclusivas de un entorno social: “Todos tenemos capacidad de cooperar con la diferencia”.
La primera incapacidad de cooperación está, para mayor preocupación, en la mismísima clase política. “En EEUU, lo hemos visto entre republicanos y demócratas para abordar unos presupuestos que acaban afectando muchísimo a la gente; en Europa, aquí mismo puede verse la incapacidad para negociar las diferencias culturales y políticas entre Cataluña y España o entre Escocia e Inglaterra, en un contexto en que yo creía que la Unión Europea podría debatir esas cuestiones y unir las naciones del XIX, pero, no, tampoco sabe ser un foro de debate”.
Hablar de cooperación en pleno auge del individualismo parece un desafío masoquista. “La situación es fruto, básicamente, de un mundo caótico en lo laboral, que llega a crear equipos de trabajo que acaban compitiendo con la gente de dentro de las mismas empresas… Sí, hay una contradicción en términos hoy entre el capitalismo del siglo XXI y la cooperación”.
Radical en los años 60; apolítico en los 70-80, su discurso ha vuelto al compromiso y a la izquierda en los 80-90 tras tratar, admite, a los gestores del neoliberalismo. Quizá por ello es durísimo, rozando el apocalipsis, con la situación: “El sistema es insostenible, especialmente en Europa: hay demasiado trabajador para tan poca capacidad de generar trabajo; los responsables económicos y políticos deberían saber que ahora no estamos gestionando una crisis de paro; la crisis es estructural, del sistema, es una ruptura permanente y sin arreglo posible; es como una esponja que de tan estrujada no da más; ya no tenemos esponja, luego no tenemos estructura y hay que crear una de nueva”, sentencia.
A Sennett le preocupa que Europa no vea la gravedad de la situación y actúe ya con contundencia. Él propone una profunda reforma de instituciones sociales como la educativa, un sistema que “sólo hace que juzgar a los niños, potenciar quién despunta e incentivar competitivamente con becas, pero no promueve la labor social, colectiva”. Viene esa reflexión tras su reciente estancia en la herida Grecia, donde conversó con un grupo de adolescentes sobre cómo veían su futuro. “Fue muy preocupante: no sabían qué hacer. Tenían muy claro quién era el enemigo, pero nada más; no tienen ni idea de lo que es la soberanía popular, de que ellos son sus agentes y de que la mala cooperación genera, precisamente, pérdida de soberanía popular". Contra ello, el autor de El artesano (sobre la habilidad manual, primera entrega de la trilogía Homo faber cuya segunda parte es Juntos y que cerrará uno sobre la vida en la ciudad) propone que las instituciones trabajen “de abajo a arriba, quizá en pequeños proyectos cooperativos, como cuidar jardines públicos; cosas que puedan calibrar y tengan sentido aunque parezcan insignificantes”. Y eso, cree, les hará crecer y cooperar por más distintos que sean: “Los jóvenes cristianos y musulmanes no trabajan nunca juntos en Inglaterra y es absurdo”, ejemplifica.
El profesor emérito de la London School of Economics no duda en zarandear dos tótems tan sagrados como la izquierda misma y las redes sociales. “El universo moral de los partidos políticos y los sindicatos de izquierda debe cambiar: está muy bien criticar y señalar lo que no funciona del capitalismo; sí, marcamos las contradicciones económicas ¿y qué?; hay que ir más allá de protestar, hay que implicarse o pasaremos por cómplices de este secuestro global”. Internet no sale mejor parada: “El problema ahí también es profundo porque en la Red individualizamos aún más; Facebook mismo no deja de ser un escaparate de un individuo frente a un grupo, no interactuamos cara a cara… La Red es como un potente Rolls Royce, pero a saber qué se hace con un vehículo así”. Si el conductor fuera un cooperante como Sennett…
Aunque ladee afablemente la cabeza y hable con voz pausada y suave, lo que dice este sociólogo norteamericano (Chicago, 1943), autor de algunas de las radiografías más penetrantes de los últimos años (El declive del hombre público, La corrosión del carácter…), son torpedos. “Hablo de la cooperación que nos empuja a colaborar con otros que piensan diferente, no de la que tiene como objetivo la solidaridad, y esa destreza es un arte”, subraya. Sin embargo, esas destrezas sociales no son exclusivas de un entorno social: “Todos tenemos capacidad de cooperar con la diferencia”.
La primera incapacidad de cooperación está, para mayor preocupación, en la mismísima clase política. “En EEUU, lo hemos visto entre republicanos y demócratas para abordar unos presupuestos que acaban afectando muchísimo a la gente; en Europa, aquí mismo puede verse la incapacidad para negociar las diferencias culturales y políticas entre Cataluña y España o entre Escocia e Inglaterra, en un contexto en que yo creía que la Unión Europea podría debatir esas cuestiones y unir las naciones del XIX, pero, no, tampoco sabe ser un foro de debate”.
Hablar de cooperación en pleno auge del individualismo parece un desafío masoquista. “La situación es fruto, básicamente, de un mundo caótico en lo laboral, que llega a crear equipos de trabajo que acaban compitiendo con la gente de dentro de las mismas empresas… Sí, hay una contradicción en términos hoy entre el capitalismo del siglo XXI y la cooperación”.
Radical en los años 60; apolítico en los 70-80, su discurso ha vuelto al compromiso y a la izquierda en los 80-90 tras tratar, admite, a los gestores del neoliberalismo. Quizá por ello es durísimo, rozando el apocalipsis, con la situación: “El sistema es insostenible, especialmente en Europa: hay demasiado trabajador para tan poca capacidad de generar trabajo; los responsables económicos y políticos deberían saber que ahora no estamos gestionando una crisis de paro; la crisis es estructural, del sistema, es una ruptura permanente y sin arreglo posible; es como una esponja que de tan estrujada no da más; ya no tenemos esponja, luego no tenemos estructura y hay que crear una de nueva”, sentencia.
A Sennett le preocupa que Europa no vea la gravedad de la situación y actúe ya con contundencia. Él propone una profunda reforma de instituciones sociales como la educativa, un sistema que “sólo hace que juzgar a los niños, potenciar quién despunta e incentivar competitivamente con becas, pero no promueve la labor social, colectiva”. Viene esa reflexión tras su reciente estancia en la herida Grecia, donde conversó con un grupo de adolescentes sobre cómo veían su futuro. “Fue muy preocupante: no sabían qué hacer. Tenían muy claro quién era el enemigo, pero nada más; no tienen ni idea de lo que es la soberanía popular, de que ellos son sus agentes y de que la mala cooperación genera, precisamente, pérdida de soberanía popular". Contra ello, el autor de El artesano (sobre la habilidad manual, primera entrega de la trilogía Homo faber cuya segunda parte es Juntos y que cerrará uno sobre la vida en la ciudad) propone que las instituciones trabajen “de abajo a arriba, quizá en pequeños proyectos cooperativos, como cuidar jardines públicos; cosas que puedan calibrar y tengan sentido aunque parezcan insignificantes”. Y eso, cree, les hará crecer y cooperar por más distintos que sean: “Los jóvenes cristianos y musulmanes no trabajan nunca juntos en Inglaterra y es absurdo”, ejemplifica.
El profesor emérito de la London School of Economics no duda en zarandear dos tótems tan sagrados como la izquierda misma y las redes sociales. “El universo moral de los partidos políticos y los sindicatos de izquierda debe cambiar: está muy bien criticar y señalar lo que no funciona del capitalismo; sí, marcamos las contradicciones económicas ¿y qué?; hay que ir más allá de protestar, hay que implicarse o pasaremos por cómplices de este secuestro global”. Internet no sale mejor parada: “El problema ahí también es profundo porque en la Red individualizamos aún más; Facebook mismo no deja de ser un escaparate de un individuo frente a un grupo, no interactuamos cara a cara… La Red es como un potente Rolls Royce, pero a saber qué se hace con un vehículo así”. Si el conductor fuera un cooperante como Sennett…
RESEÑA CRITICA DE "EL ARTESANO" (jap)
La dignidad del artesano
JOSEP RAMONEDA
16 mayo 2009 El Pais
Todo libro cae en un contexto para el que no había sido forzosamente pensado. Su lectura estará siempre sesgada por el trasfondo social y cultural del momento. Richard Sennett acaba de publicar El artesano, el primer volumen de una trilogía dedicada, según sus palabras, a la "cultura material". La palabra artesanía designa "un impulso humano, duradero y básico, el deseo de realizar bien una tarea, sin más". Con lo cual es grande la tentación de ver en este artesano, que actúa con habilidad, compromiso y juicio -sea "un programador informático, un médico, un artista" o, simplemente, un ciudadano-, un contrapunto a la cultura de negación de los límites que nos ha llevado a la crisis actual: la insaciabilidad del especulador, del competidor y del consumidor. El deseo de hacerlo bien que caracteriza al artesano está siempre amenazado por la competencia -que prima la plusvalía sobre la calidad-, la frustración -por la negación del reconocimiento al trabajo bien hecho- y la obsesión- que es el riesgo que amenaza a todo artesano con la marginalidad-.
Sin embargo, el objetivo del trabajo de Richard Sennett es otro: reivindicar una cultura de lo material que ofrezca "un cuadro de lo que los humanos sabemos hacer" y que reconduzca nuestra relación con la naturaleza. Somos materia y accionamos con ella. Y es en esta acción que el artesano es el más hábil, porque consigue la mejor conexión entre la mano y la cabeza. Sennett quiere reivindicar el materialismo, una categoría degradada, "mancillada por el marxismo en la historia política reciente y por la fantasía y la codicia del consumidor en la vida cotidiana". Para ello se propone un trabajo en tres partes: El artesano es la primera de ellas; seguirán otros dos libros: Guerreros y sacerdotes, "sobre la elaboración de rituales que administran la agresión y el fervor", y El extranjero, "sobre las habilidades necesarias para producir y habitar entornos sostenibles".
Sennett hace en El artesano un despliegue de curiosidad -el gran motor del conocimiento- que le lleva por campos tan diversos como la escritura, la arquitectura o la música, siempre a la búsqueda de la habilidad, la peculiar forma de experiencia con que el artesano se encuentra con la materia y actúa sobre ella. Y al mismo tiempo la sensibilidad del violinista frustrado por accidente, que es Sennett, ilumina este viaje antropológico con un inevitable deje de melancolía.
El miedo a la materia, a "los dolores y males" que el accionar sobre ella puedan "esparcirse entre los hombres" es tan viejo como el mito de Pandora. Y deriva de lo que Nietzsche llamaba la voluntad de poder. La pulsión que nos invita a intentar todo aquello que sea posible, nos hace caer a menudo en la inocencia de creer que podemos prescindir de las consecuencias de nuestras acciones. Lo refleja magníficamente una cita de Robert Oppenheimer, director del Proyecto Manhattan: "Cuando ves algo técnicamente atractivo, sigues adelante y lo haces; sólo una vez logrado el éxito técnico te pones a pensar qué hacer con ello. Es lo que ocurrió con la bomba atómica".
Richard Sennett apela al pragmatismo, "reacción americana a los males del idealismo europeo". Del pragmatismo se sirve "para dar sentido a la experiencia concreta". "La idea de experiencia como oficio pone en tela de juicio el tipo de subjetividad que anida en el puro proceso de sentir". Lo que le permite defender, apoyándose en John Dewey, que "el trabajo que se mantiene impregnado de juego es arte". En la palabra juego, en lo que ella contiene de libertad e inspiración en la relación con la materia, está el secreto. Pero es precisamente el secreto prohibido del trabajo alienado, convertido en simple medio para un fin que determinan otros. Es esta humanización del trabajo la que le lleva a decir: "Las capacidades de nuestro cuerpo para dar formas a las cosas físicas son las mismas en que se inspiran nuestras relaciones sociales". Es quizás la mejor síntesis de este libro.
Sennett encuentra también en el pragmatismo la respuesta al problema ético que genera el carácter ambivalente de nuestra relación con la materia: progreso y riesgo, dominación y furia. Hay que introducir la ética en el proceso. El artesano tiene que hacer una pausa y reflexionar sobre lo que está haciendo. La pregunta sobre la finalidad no se puede dejar para después. Y es nuestra imperfección la que nos debe servir para recordar que no todo es posible. La ética siempre es cuestión de límites. De ahí que Sennett escoja a Hefesto como icono: "Cojo, orgulloso de su trabajo, aunque no de sí mismo, representa el tipo más digno de persona a que podemos aspirar".
(en la foto Santiago Brugalla, en su taller de encuadernación en Barcelona. Fot.:CARLES RIBAS)
El artesano Richard Sennett
Traducción de Marco Aurelio Galmarini
Anagrama. Barcelona, 2009
416 páginas. 20 euros
jueves, 7 de marzo de 2013
TREBALL ANAÏS VIDAL (GNF)
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